A recientes fechas son cada vez más las personas que reconocen que cada objeto que desechamos o está por desecharse, no necesariamente carece de valor. Lo que para algunos es basura, para muchos de nosotros representa una oportunidad. Al observar la naturaleza podemos encontrar una infinidad de ejemplos sobre cómo cada uno de los recursos que ella produce son una nueva oportunidad de vida. Una de las metas colectivas que debe trazarse en el corto plazo, es el de replicar este modelo de reinserción de recursos (materiales y energéticos) a los procesos productivos en su totalidad, privilegiando la protección del patrimonio natural y, consecuentemente material; y es que desde que la Revolución Industrial transformó el paradigma de la extracción, apropiación, uso, disfrute y disposición de la materia, éste había sido rectilíneo y, peor aún poco cuestionado.
La economía circular es un modelo económico que busca moldear un nuevo mañana mediante la revaloración –y de ser posible la eliminación- del modelo de economía lineal que impera actualmente -tomar, producir, usar, desechar-, maximizando la vida útil de los materiales y las energías empleadas para su transformación y, reduciendo considerablemente la generación de residuos. Autores como Ken Webster y Lina A. Lett[1], definen la economía circular como “un modelo que otorga al residuo un papel dominante y se sustenta en la reutilización inteligente del desperdicio, sea este de naturaleza orgánica o de origen tecnológico, es un modelo cíclico que imita a la naturaleza y se conecta con ella”, sobre todo porque el modelo lineal en que nos encontramos inmersos actualmente, es a todas luces insostenible en el largo plazo, ya que la explotación y el deterioro del medio ambiente acelera el extinción de los recursos no renovables.